Por Rocío Sánchez
Entre 2016 y 2017, los casos de sarampión en Europa se multiplicaron por cuatro. Así lo anunció, en su momento, la Organización Mundial de la Salud (OMS), que contabilizó 21 mil 315 casos en 2017, en comparación con los 5 mil 273 que se habían registrado en 2016. Además, se produjeron 35 muertes en ese lapso. No había una razón lógica para que la enfermedad se hubiera extendido, principalmente, en países como Alemania, Portugal, Italia y Rumania, salvo una que fue mencionada apenas de manera somera: la “disminución de la cobertura” de la vacunación.
Un par de años después, la OMS tuvo que mencionar con todas sus letras a la «reticencia a las vacunas» como una de las principales amenazas a la salud en el continente europeo en 2019, junto al cambio climático y otros factores.
El llamado movimiento antivacunas nació en 1998 y encontró campo fértil para prosperar entre la población de países desarrollados como los de la Unión Europea, así como entre las clases socioeconómicas altas de otra buena cantidad de naciones.
En este continente, principalmente Estados Unidos y Canadá cuentan con importantes células de esta postura ideológica, que se opone a aplicar vacunas a sus hijos e hijas por considerar que los biológicos tienen una relación directa con el autismo.
Aunque médicos, científicos y organismos de investigación en salud se han esforzado por desmentir esta idea, asegurando que las vacunas son seguras y que lo han demostrado por décadas, este grupo de la población, que incluye a personajes de la farándula, líderes de opinión y políticos, insiste en divulgar los supuestos riesgos de la vacunación.
Un estudio poco confiable
El movimiento antivacunas comenzó con la publicación de un estudio que relacionaba el autismo con la vacuna triple viral, la contiene virus atenuados de sarampión, rubéola y paperas. En 1998, el gastroenterólogo británico Andrew Wakefield publicó esta investigación en The Lancet, una de las revistas científicas más prestigiadas del mundo..
Wakefield era un médico joven, pero con una carrera más o menos sólida y con una investigación previa (publicada en 1995) que había observado que aquellos niños y niñas que habían recibido la vacuna triple viral tenían tres veces más riesgo de presentar enfermedades gastrointestinales como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. Para llegar a esta conclusión, había analizado los datos de miles de personas, recabados en las bases de datos del Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña.
Como parte de la misma línea de investigación sobre las posibles repercusiones de esa vacuna, el médico publicó su siguiente trabajo. Aprovechó que, desde principios de los años noventa, ya había algunas teorías sobre que el autismo podía tener un origen inmunológico, aunque no se había profundizado en el tema.
La repercusión de las personas que se niegan a vacunar a sus hijos e hijas está comenzando a sentirse en las estadísticas de enfermedades como el sarampión, la poliomielitis, la difteria y otras, que tienen consecuencias tan graves como la muerte en niños pequeños.
Desde el inicio, el documento de Wakefield debió haber sido tomado con reservas, pues la investigación incluía solamente a 12 niños y niñas, una población muy pequeña para sacar conclusiones que fueran generalizables (o siquiera, replicables). En él se leía que, de acuerdo con los testimonios de padres y madres, los menores, de entre 3 y 10 años de edad, habían cumplido de manera normal todas sus etapas de desarrollo intelectual, situación que había cambiado abruptamente después de recibir la vacuna triple viral. Se describía que habían presentado involución del lenguaje, cambios de comportamiento y que comenzaron a perder habilidades motoras que ya tenían.
La publicación sostenía que los virus atenuados contenidos en la vacuna tenían un efecto en el desarrollo del sistema nervioso central, sobre todo porque se inoculaban a edades tempranas. Este artículo fue un parteaguas al encontrar “un culpable” para el aumento de casos de autismo que, a la vez, se estaba registrando en el mundo desarrollado.
Las incomprendidas vacunas
Por supuesto, esta no es la primera vez en la historia que se vive una oposición a las vacunas. En la segunda mitad del siglo pasado, cuando las campañas de vacunación masiva se hicieron realidad, hubo muchas personas que evitaban vacunar a sus hijos e hijas, en aquel entonces era por temor a que los “esterilizaran”. Se pensaba que los biológicos eran una estrategia del gobierno para evitar que la población pobre siguiera reproduciéndose. También hay comunidades que, debido a sus creencias religiosas, no se vacunan.
Pero el movimiento antivacunas actual se refiere a un grupo de personas, por lo general con un alto grado de educación académica y poder adquisitivo, que deciden no utilizar las vacunas pudiendo hacerlo, además de que emprenden una franca campaña de desinformación basada en pseudociencia y teorías de la conspiración.
Lo cierto es que la percepción sobre las decenas de enfermedades que se pueden prevenir con una vacuna ha cambiado con las décadas. Ya que hoy en día el sarampión, la poliomielitis, la difteria o la tosferina ya no se ven comúnmente, muchas personas interpretan que ya no es necesario vacunar a la niñez, cuando es precisamente gracias a las vacunas que los casos graves y las muertes debido a esas enfermedades habían dejado de ser un problema de salud.
Otras infecciones prevenibles, como la meningitis, pueden traer consecuencias como ceguera o sordera, y la OMS advierte que los microorganismos que producen todas estas enfermedades están en el ambiente y en la convivencia cotidiana con personas afectadas, por lo que la vacunación sigue siendo necesaria.
Desenmascarado
En 2004, el periodista británico Brian Deer publicó una investigación que desenmascaraba los argumentos de Andrew Wakefield. El primer descubrimiento fue que los 12 pacientes de la investigación de 1998 habían sido enviados al médico por un abogado que preparaba una demanda colectiva contra la vacuna triple viral. Al indagar un poco más, salió a la luz la verdadera motivación: ese abogado le había ofrecido una jugosa cantidad de dinero a Wakefield, aparentemente para que lo ayudara a fabricar el caso con un estudio que sustentara los “daños” que la vacuna habría causado a los niños.
Y más allá: Wakefield argumentaba que la vacuna era nociva porque conjuntaba los tres virus atenuados, pero que inocular a los menores con uno solo de los virus a la vez era seguro. Él mismo estaba buscando patentar una vacuna simple contra el sarampión.
Como lo recoge la revista colombiana Semana, el médico demandó al periodista, pero no contaba con que, durante el proceso judicial, éste último tendría acceso a más información de la que había recabado en su investigación periodística. Así, Deer descubrió que Wakefield había alterado los testimonios de los padres, y que los niños y niñas del estudio ya presentaban signos de autismo desde antes de recibir la vacuna triple.
Después de todas las evidencias ventiladas, los coautores del artículo se deslindaron de la investigación y The Lancet tuvo que retractarse públicamente en 2010, borrando de sus archivos la publicación y reconociendo que sus conclusiones eran falsas. Luego de esto, Andrew Wakefield perdió su licencia como médico en el Reino Unido y se mudó a vivir a Estados Unidos, donde fue recibido como un héroe y sigue siendo tratado como una celebridad, un paladín que se opone a los oscuros manejos de un enemigo que, supuestamente, busca ocultar “la verdad” para continuar recibiendo beneficios económicos.
Aunque médicos y organismos de investigación en salud se han esforzado por reforzar que las vacunas son seguras y que lo han demostrado por décadas, los grupos antivacunas, incluyendo personajes de la farándula, líderes de opinión y políticos, insisten en divulgar los supuestos riesgos de la inmunización.
Un nuevo enemigo
La OMS calcula que, actualmente, una de cada 100 personas tiene algún grado de autismo. Este trastorno no tiene una definición única de signos y síntomas, sino que se ha descrito como un grupo de afecciones diversas que conforman un espectro. Así, los trastornos del espectro autista (TEA) son considerados problemas del desarrollo, no sólo con retraso en éste, sino también con un desarrollo atípico donde se presenta una amplia alteración de funciones, principalmente, problemas para la interacción social.
La ausencia de una causa conocida y la dificultad del tratamiento, que varía en cada caso específico, han convertido a los TAE en una preocupación creciente de salud pública.
Quizás es por esto que la satanización de las vacunas no se detuvo. En Estados Unidos, la teoría tuvo eco desde la publicación de Wakefield, pero allí no solamente se acusaba a la vacuna triple viral, sino a todas las vacunas, al señalar un componente de su fórmula, el timerosal, como el “verdadero” causante del autismo.
El timerosal es una sal orgánica de mercurio usada en las vacunas para evitar el desarrollo de bacterias y hongos en ellas. El movimiento antivacunas considera que no es aceptable que un derivado de un metal tóxico como este sea administrado a niños pequeños, además de señalar sus posibles repercusiones en el desarrollo neurológico.
Sin embargo, como lo registra la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos, hoy en día el timerosal ya no se usa, salvo en algunas vacunas contra la gripe. Además, de acuerdo con información recabada por la BBC, esta sustancia fue retirada de las vacunas desde 1992, y un estudio realizado en California registró que se había retirado a principios de los años 2000. En ambos casos se observó que la prevalencia del autismo siguió creciendo al mismo ritmo que cuando el timerosal era utilizado.
Repercusión social
A pesar de que numerosos colectivos médicos, así como investigadores y especialistas en lo particular se han abocado a desmentir la relación entre vacunas y autismo, el movimiento que se opone a la vacunación sigue vivo y coleando.
Lo que algunos especialistas han advertido es que el avance de este movimiento amenaza con revertir los logros que se habían conseguido en mantener bajo control a muchas enfermedades infecciosas gracias a las vacunas. Por ello, es importante poner un alto a esta postura, que incluso amenaza con extenderse a grupos animalistas, que están comenzado a conformar un movimiento antivacunas en mascotas.