Por Rocío Sánchez
Desde pequeña, Aurora acompañaba a su madre a comprar ropa. Todas las incontables veces que entraba con ella al probador, siempre la miraba reprocharle al espejo. “Soy un marrano, ¡mira nada más!”, señalaba con los dientes apretados, y remataba: “Necesito que me rebanen esta panzota”. Como muchas madres, la de Aurora recordaba con orgullo su etapa de juventud, cuando era delgada y podía usar blusas cortas o pantalones de talla pequeña sin el temor de que “sus carnes se desbordaran”, como ella decía.
En medio de esta dura autocrítica, Aurora creció con la certeza de que un cuerpo delgado es un cuerpo bello, y que se necesita de la belleza para ser aceptada, valorada y amada en todos los ámbitos de la vida. Por eso se sentía tan estresada y frustrada cuando, a sus 24 años, no había logrado reducir las dos tallas de pantalón que su madre le recomendaba cada vez que tenía oportunidad. Esto desató discusiones entre ellas que se iban al extremo cuando su madre la acusaba frente a otras personas de no poder “cerrar la boca”.
Cuestionar al sistema
Pero todo cambió un día, cuando Aurora encontró en las redes sociales los mensajes del movimiento Body positive, que se ha posicionado globalmente con este nombre, pero que también podría llamarse Cuerpo positivo o Aceptación corporal, en español. Al indagar más y comenzar a seguir perfiles de mujeres que defendían su cuerpo “no perfecto” como algo normal y saludable, encontró alivio a la presión que durante toda su crianza había sentido, directa o indirectamente, para ser reconocida por otros como “bella”.
La perspectiva Body positive es una corriente social que se centra en reconocer y valorar todos los tipos de cuerpos, independientemente de su forma, tamaño o apariencia. Desafía los estándares sociales de belleza y reivindica todos los cuerpos como dignos de valoración, amor y respeto, con el fin de que cada persona tenga herramientas para mejorar su autoestima y la confianza en sí misma.
Dados los estereotipos de género que ponen una carga más pesada en la belleza femenina como objeto de deseo (o de consumo), la presión por tener un cuerpo calificado como perfecto, hermoso o deseable ha recaído con más fuerza en las mujeres. Productos culturales como la moda, la industria de la cosmética y el ámbito del entretenimiento presentan constantemente modelos de belleza casi imposibles de alcanzar para la mayoría de las mujeres.
Los modelos aspiracionales en cuanto a estatura, talla, proporción de cuerpo, color de piel o de cabello en las mujeres han sido, desde hace siglos, el parámetro con el cual se mide la hermosura. Cada época ha tenido sus estándares y es casi seguro que quienes no los alcanzaban se sintieron frustradas e inseguras.
El Body positive busca romper con esta dinámica partiendo de un enfoque realista, en el que no todas las mujeres cubren ni pueden cubrir las expectativas del modelo de belleza, y eso está bien. La eterna lucha contra las estrías, el vello corporal, las canas, las arrugas en la piel, la flacidez y la “terrible celulitis” es una pérdida de tiempo si se considera que, muchos de estos factores no pueden eliminarse, ocultarse o mejorarse, y los que sí son susceptibles de cambio requieren grandes inversiones de dinero (al menos, una inversión constante) para mantener la apariencia.
El hecho de tener un cuerpo no perfecto puede devaluar a una persona tanto como su físico difiera del estereotipo. En especial las mujeres han recibido presión para acercarse al ideal de belleza, y cuando no lo logran pueden vivir trastornos como depresión, ansiedad o desórdenes alimenticios.
Aceptación vs. gordofobia
Uno de los principales elementos de polémica en la aceptación corporal es el peso y/o la talla. Mientras se escuchan constantes advertencias acerca de la obesidad como un problema de salud pública (en el cual México es uno de los principales afectados), el Body positive acepta el hecho de que las personas con sobrepeso u obesidad están en todas partes y no son menos valiosas por esa característica.
Como ha sucedido con otros movimientos sociales, algunas de las personas con sobrepeso están reivindicando la palabra “gorda” para referirse a sí mismas. También de ahí ha derivado el término “gordofobia”, que se refiere al odio que se tiene por quienes tienen esta característica, al rechazarles por pensar que son gente sin autocontrol, sin disciplina, perezosa o descuidada.
Sobre este problema de discriminación, la marcha del pasado 8 de marzo en la Ciudad de México contó con un contingente que protestó contra la gordofobia. El grupo fue convocado por Priscila Arias, quien es más conocida en sus redes sociales como La Fatshionista, para visibilizar el estigma, la violencia y la discriminación que día a día enfrentan las mujeres gordas (o de talla grande o de cuerpo grande, para quienes prefieren usar otros términos).
La Fatshionista es maquillista, lo que la llevó a trabajar en publicaciones y medios especializados en moda, preparando a las modelos. Siempre detrás de cámaras, se hizo experta en su materia, pero también se dio cuenta de que todo en ese mundo estaba diseñado para un solo tipo de mujer: un tipo de cuerpo, un tono de piel, un color de cabello. Fue así que se decidió a poner en práctica sus conocimientos en su propio cuerpo y logró construir un nombre sólido entre las creadoras de contenido mexicanas que hablan de moda.
Pero su mensaje se ha transformado y ha ido más allá de hablar del amor propio y la aceptación. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, salió a las calles a marchar, junto a médicas feministas y otras mujeres de talla grande, para denunciar la discriminación que viven, por ejemplo, en los servicios de salud. “Cuando vas una consulta médica, todos tus problemas son atribuidos a tu peso y eso impide que se haga una valoración integral y a fondo de tu padecimiento”, declaró Priscila. Agregó que, aunque es verdad que la obesidad puede generar problemas de salud, no en todas las personas actúa del mismo modo, y no por ser gordas merecen vivir con dolor, malestar o enfermedad.
En esa misma oportunidad, respondió a quienes la han acusado de “romantizar la gordura” con su activismo. “Yo no estoy romantizando ser gorda, sólo estoy existiendo”, puntualizó.
Muchas de las características de los cuerpos socialmente rechazados tienen que ver no sólo con la talla, sino con elementos que los racializan o los relacionan con ciertos estratos sociales o económicos.
Diversidad corporal
Aunque es difícil determinar una fecha de creación del movimiento de aceptación corporal, se pueden rastrear sus orígenes, por ejemplo, en el movimiento feminista de los años sesenta del siglo pasado, cuando comenzaron a cuestionarse los estándares de belleza impuestos a las mujeres.
Fue en la década de los noventa cuando se impulsó el concepto como tal, y en 1996 las estadunidenses Connie Sobczak y Elizabeth Scott fundaron una organización civil precisamente llamada Body positive, que se propuso combatir las consecuencias de una imagen corporal negativa, tales como los trastornos alimenticios, la depresión, la ansiedad, las autolesiones, el uso de drogas y las relaciones de pareja violentas.
El movimiento, ahora amplificado mucho más allá de esta organización, fomenta la aceptación de todo tipo de fisonomías. Cabe recordar que muchas de las características de los cuerpos socialmente rechazados tienen que ver no sólo con la talla, sino con elementos que los racializan, por ejemplo, llevar el cabello afro en lugar de alaciado ha provocado grandes polémicas en Estados Unidos o Europa, al ser una característica que hace evidente la negritud.
Asimismo, el tono de piel es una de las características que más han motivado la discriminación. Es evidente que las pieles claras son más valoradas socialmente que las oscuras (de ahí la gran cantidad de cremas “aclarantes”), pero también hay un especial prejuicio sobre pieles con ciertas condiciones, como el vitiligo o el acné.
En medio de una sociedad cambiante, donde cada vez más las personas se exponen públicamente en las redes sociales, el Body positive pugna por que tanto en los espacios virtuales como en los reales haya lugar para personas de todos los aspectos.
Se trata de un llamado a que los cuerpos no normativos (donde se pueden incluir también los cuerpos trans o queer) dejen de estar ocultos bajo la mesa, pues son claros ejemplos de lo que significa la diversidad humana. Aceptar la variedad corporal es la oportunidad de practicar el respeto a las diferencias.
A pesar de los avances que se han dado en los últimos años en el reconocimiento de derechos a las personas LGBT+ en México, las diversas manifestaciones de violencia ejercida en su contra no solo no disminuyeron en el sexenio pasado, sino que incluso existen indicios de que se incrementaron. Lamentablemente desconocemos el alcance y la magnitud del problema debido a la ausencia de sistemas oficiales de recolección de datos que puedan dar cuenta de las particularidades y las tendencias de este tipo específico de violencia.
Lo que sí conocemos es el contexto social de discriminación e intolerancia hacia las diversidades sexuales y de género que no ha cambiado en el país en los últimos años. De acuerdo con una encuesta del Conapred y la CNDH, 6 de cada 10 personas LGBT+ encuestadas sufrió discriminación durante el último año. Y más de la mitad, 53 por ciento, reporta haber sufrido expresiones de odio, agresiones físicas y acoso. Además, casi una tercera parte, 30 por ciento, sufrió tratos arbitrarios y discriminatorios por parte de la policía debido a su orientación sexual o identidad y expresión de género. Este contexto social de rechazo e intolerancia provoca que las personas LGBT+ vivan o estén expuestas a una violencia cotidiana en los diferentes ámbitos en los que se desenvuelven tan solo por expresar lo que son y lo que sienten.
Sin embargo, debido al temor a que se revele su orientación sexual, a sufrir revictimización o por desconfianza hacia las instituciones de procuración de justicia, muchas personas LGBT+ prefieren no denunciar cuando han sido víctimas de actos de discriminación y de violencia. La falta de estadísticas y datos oficiales conlleva, a su vez, a la desatención del problema por parte de las instituciones de gobierno.
Para solventar en parte esta omisión, nuestra organización Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana se ha dado a la tarea de recolectar y registrar desde 1998 los datos de la violencia más extrema, la violencia letal en contra de personas LGBT+, con la creación de la Comisión Ciudadana de Crímenes de Odio por Homofobia, con los pocos recursos con los que contamos. No con el objetivo de suplantar una responsabilidad del Estado, cosa por demás imposible, sino con el propósito de dar visibilidad a un problema social poco valorado y ejercer presión hacia las instituciones estatales para que asuman dicha responsabilidad. Nos propusimos incidir en la agenda de los medios de comunicación para poder incidir a su vez, a manera de reacción en cadena, en las agendas políticas, legislativas, judiciales y de derechos humanos de las diferentes instituciones del Estado.
Hoy nos complace presenciar avances legislativos y en políticas públicas en esa dirección: en al menos 12 entidades del país los congresos locales han modificado su legislación para incluir al odio como agravante en los delitos de homicidio; algunas procuradurías generales de justicia de los estados han elaborado protocolos específicos de actuación, así como han creado unidades o fiscalías especiales de atención a las personas LGBTTT. Como es sabido, en 2015 la Suprema Corte de Justicia de la Nación lanzó su Protocolo de actuación para quienes imparten justicia en casos que involucren la orientación sexual o la identidad de género, y más recientemente, en 2018, se publicó en el Diario Oficial de la Federación el Protocolo de Actuación para el Personal de las Instancias de Procuración de Justicia del País, en casos que Involucren la Orientación Sexual o la Identidad de Género, adoptado por la Conferencia Nacional de Procuración de Justicia.
Sin duda son avances importantes, pero aún son insuficientes para responder adecuadamente a este grave y complejo problema, sustentado en estereotipos y prejuicios sociales muy arraigados, y frente al cual el Estado debe asumir plenamente su obligación de prevenir, investigar, procesar y sancionar los delitos derivados de la violencia ejercida en contra de las personas LGBT+. La inacción de las instituciones del Estado legitima la violencia basada en la orientación sexual y la identidad de género de las víctimas. Así pues, una vez más, presentamos nuestro Informe anual de asesinatos de personas LGBT que esta vez abarca el sexenio del gobierno de Enrique Peña Nieto, caracterizado por los altos índices de violencia, de homicidios y de feminicidios.