Por Rocío Sánchez
El 16 de septiembre de 2022, la joven Mahsa Amini murió en Teherán, Irán, en circunstancias sospechosas mientras se encontraba en custodia policiaca, luego de haber sido detenida por llevar incorrectamente el hiyab, el velo islámico. El caso de Amini, quien en cuatro días más habría cumplido 22 años de edad, fue la gota que derramó el vaso después de cinco décadas de retroceso y represión a los derechos de las mujeres en esa república islámica. Las protestas por su muerte se multiplicaron rápidamente por todo el país y se han extendido por meses, y aunque no han sido las únicas durante el actual gobierno, sí tienen una característica inaudita: están encabezadas por las mujeres.
Irán es un país familiarizado con las revueltas sociales. La opresión que se vive desde hace 50 años con el gobierno teocrático ha planteado diversos escenarios para las muestras de descontento social. Desde 1979, cuando estalló el levantamiento que llevó al actual régimen al poder, ha habido disturbios cada cierto tiempo. Los más recientes fueron en 2019 y 2021, pero pocos habían tenido que ver con los derechos de las mujeres.
Al menos, no se habían sentido con la contundencia de este 2022, que logró sacar a las calles no sólo a las mujeres, quienes ya habían exigido de vuelta sus derechos en varias ocasiones (y continuamente desde 2018), sino también a los hombres, que se han plantado detrás de ellas, apoyando la lucha.
La revolución islámica
Aunque algunos estudiosos del Islam afirman que el Corán, el libro sagrado de esta religión que profesan más de 1,200 millones de personas en el mundo, no es específico sobre el uso del velo, los diversos países islámicos han interpretado las escrituras de modo que las mujeres deben cubrir tanto su cabello como la mayor parte de su cuerpo cuando están en público, todo esto como signo de decoro y pudor.
A diferencia de la burka, un velo que cubre a las mujeres desde la cabeza hasta los pies y que deja sólo una rendija por la que se pueden advertir los ojos, en Irán la ley indica que las mujeres deben llevar un hiyab o velo que cubra su cabello y su cuello, así como vestir con ropa larga y holgada. Dejar a la vista algunos mechones de pelo es considerado un uso incorrecto del hiyab, pero muchas mujeres comenzaron, desde hace años, a utilizarlo de esa forma, logrando burlar la vigilancia de las autoridades.
Y este que la situación no siempre fue así. Antes de la revolución islámica de 1979, Irán era un país laico donde las mujeres podían vestir como quisieran (algunas usaban el velo, otras usaban minifaldas, ambas porque así lo querían) y no existía una segregación por género. Pero cuando se estableció la república islámica, las escuelas dividieron al alumnado por sexo y la policía moral, un órgano distinto a la policía común, vigilaba que se cumplieran las reglas islámicas, entre ellas la prohibición de que los distintos sexos socializaran, por lo que comenzó a arrestar a hombres y mujeres que estuvieran juntos en público si no había un parentesco entre ellos.
Unas 500 personas han muerto, entre ellas 69 menores de edad, durante los últimos tres meses en Irán, en medio de las protestas por el presunto asesinato de una joven que fue arrestada por llevar el velo islámico colocado de manera incorrecta.
Antes de 1979 las mujeres iraníes gozaban de derechos que habían sido conseguidos durante el siglo XX. Como lo narró la periodista Feranak Amidi en una entrevista para la BBC, la “modernización” de Irán dio lugar al voto femenino (si bien éste fue autorizado hasta 1963), se aumentó la edad mínima para que las chicas contrajeran matrimonio de 13 a 18 años y se hizo posible que las mujeres solicitaran el divorcio. Algunas mujeres ocuparon cargos de poder, como ministras, legisladoras o juezas, aunque también es cierto que en su mayoría, las funcionarias y el resto de las mujeres seguían muy apegadas a los roles tradicionales.
A pesar de que en los años sesenta y setenta Irán mostraba avances sociales mayores a los de sus vecinos de la región, el poder absoluto del Sha Mohammad Reza impedía cualquier libertad política. Esta situación de intolerancia llevó a un estallido social en 1978, donde muchos iraníes que no eran precisamente religiosos apoyaron la revolución islámica, en busca de una democracia.
Así, en 1979, después de haber luchado codo a codo los grupos liberales, religiosos y comunistas, y por supuesto, las mujeres tan diversas que formaban parte de ellos, el Sha cayó y se estableció la república islámica, un Estado religioso que buscó apegarse a las normas más tradicionales de la creencia.
El peso del velo
El mismo día en que se realizó el funeral de Mahsa Amini comenzaron las protestas en la localidad de Aychi y en otras ciudades iraníes. Decenas de mujeres se quitaron el hiyab y mostraron su cabello públicamente, en una clara señal de desafío, mientras la multitud gritaba consignas como “¡Muerte al dictador!” y “¡Muerte a Jamenei!”, en referencia al líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, quien ocupa su cargo desde 1989.
Aunque es bien sabido que la ley islámica de Irán obliga al uso del velo, y que la infracción de esta norma es castigada con reprimendas, multas y hasta cárcel, la indignación social se encendió cuando Masha Amini murió mientras estaba detenida, recibiendo una “clase de reeducación”.
La versión oficial fue que sufrió un paro cardiaco, pero hay testimonios que dicen haber escuchado gritos y haber visto a mujeres salir corriendo, gritando que habían matado a alguien. Amini fue llevada a un hospital en ambulancia, pero al llegar al recinto se confirmó que había muerto. Su familia, por su parte, asegura que Masha era una joven perfectamente sana y era un disparate que hubiera muerto súbitamente, “mientras esperaba” con otras detenidas, como narró la autoridad.
A partir de aquel momento, miles de iraníes salieron a las calles. Las mujeres estaban al frente de las protestas, quemando sus velos y cortando su cabello, una práctica también condenada por el Islam, ya que se considera repudiable una mujer que quiera “parecerse a un hombre” en cualquier sentido, y esto incluye el largo de su cabello.
Además, se trataba de concentraciones multitudinarias, donde los hombres y las mujeres se mezclaron indiscriminadamente.
Ante tales manifestaciones, la periodista y activista Masih Alinejad afirma, desde su exilio en la ciudad de Nueva York, que esta revuelta social, al rechazar el uso obligatorio del hiyab, “desafía uno de los pilares de la República islámica”, algo totalmente inédito.
En una entrevista concedida al diario español El Mundo, Alinejad, quien tiene en su haber varias amenazas de secuestro y tentativas de asesinato frustradas por el FBI, recuerda que siempre había soñado con el momento en que las mujeres de Irán quemaran sus velos en las calles, y que sabía que en el momento en que eso sucediera sería cuando el régimen empezara a tambalear.
Cabe recordar que desde hace por lo menos cuatro años (2018) ha habido movimientos virtuales para que las mujeres suban autorretratos sin velo a sus redes sociales como una muestra del descontento con esta, la medida que Masih Alinejad califica como el símbolo más representativo del sometimiento de las mujeres en los países islámicos.
Antes de 1979, las mujeres iraníes gozaban de derechos que habían conseguido durante el siglo XX. En esa época se autorizó el voto femenino, se aumentó la edad mínima de 13 a 18 años para que las chicas contrajeran matrimonio y se hizo posible que las mujeres solicitaran el divorcio.
El costo del triunfo
Conforme pasaron los días, y luego las semanas, después de la muerte de Masha Amini, las protestas no cesaron, por el contrario, se intensificaron, aunque las autoridades no estaban dispuestas a permitirlo. Tan solo en los primeros diez días de los disturbios, el gobierno reportaba 41 muertos, y algunas de las provincias reportaban entre 450 y 700 personas detenidas durante las protestas, durante las cuales se podían ver barricadas, vehículos incendiados y se escuchaban disparos.
Para noviembre, luego de los primeros dos meses de disturbios, unas 342 personas habían muerto, según datos de la organización civil Iran Human Rights, ubicada en Noruega. También llegaron sanciones más severas, como las condenas a muerte, de las cuales dos ya habían sido ejecutadas para el último día de 2022. Además, la organización Activistas de los Derechos Humanos contabilizaba hacia el final del año más de 500 manifestantes muertos, incluidos 69 menores de edad.
Pero a pesar de toda esta represión, en aquella entrevista con El Mundo, publicada en octubre pasado, Masih Alinejad no se equivocó. Aunque el régimen islámico no ha caído, sí que sufrió un duro golpe que no le dejó otra opción más que bajar la guardia. Así, el 4 de diciembre pasado, el fiscal general del país, Mohammad Jafar Montazeri, afirmó que la policía de la moral sería desmantelada, y declaró que la ley que obliga a las mujeres a usar el hiyab sería “revisada”.
Aun con esta decisión las protestas no cesaron, pues, como han dicho decenas de iraníes en diferentes plataformas, el movimiento no es sólo por el velo, ese fue el detonante, pero los manifestantes se han unido a esa causa en busca, también de terminar con la pobreza, el desempleo, la desigualdad, la injusticia y la corrupción.
Diversos analistas consideran que la juventud está jugando un papel fundamental en este movimiento social. Además de que las y los jóvenes nunca conocieron un Irán diferente al que se erige hoy como República islámica, también es verdad que el contacto con otras realidades a través de la internet y las redes sociales les está proporcionando el impulso para pelear por una nación laica, más democrática y justa.
Las personas mayores, por su parte, experimentan una «gran nostalgia» por el país en el que crecieron, aseguró Javier Gil Guerrero, investigador de la Universidad de Navarra, España, en entrevista con el portal digital Newtral. Esa nostalgia no ha muerto, por más intentos que haya hecho el actual régimen por disiparla, señaló.
El futuro de Irán es todavía incierto. El ayatolá Alí Jamenei tiene 83 años y sus apariciones públicas son cada vez más escasas. Esto daría pie a sospechar que se avecina un proceso de sucesión que, por el contexto actual, podría ser muy tenso. Quizás ese sea el momento en el que las mujeres y el resto de la población de Irán puedan recuperar los derechos que un día ya habían conquistado.