Por Carlos Bonfil
2022 ha sido el año de Marcel Proust. Considerado el escritor francés más importante e influyente del siglo veinte, el novelista tuvo este año una doble celebración: los 150 años de su nacimiento (París, 10 de julio, 1871) y los 100 años de su muerte (París, 18 de noviembre, 1922). En Francia y en diversas partes del mundo se han multiplicado los coloquios y las exposiciones en torno a su figura y a su obra monumental En busca del tiempo perdido, novela de más de 3 mil páginas, dividida en 7 tomos, que constituye la radiografía más fina y perspicaz de un mundo aristocrático en franca decadencia durante los años de la llamada Bella Época, situada entre 1871, fin de la guerra-franco-prusiana, y 1914, inicio de la Primera Guerra Mundial.
La vida del autor ha quedado plasmada en múltiples biografías, en especial la de Jean-Yves Tadié y la del inglés George D. Painter, ambas tituladas Marcel Proust. El escritor mexicano Rubén Gallo, especialista en literatura hispanoamericana, ofrece en Los latinoamericanos de Proust (Sexto piso, 2016) un acercamiento original a un perfil poco conocido del autor francés.
Un especulador escarmentado
Si bien es cierto que de Marcel Proust y su obra pareciera haberse ya dicho todo, se trata del autor francés de quien con más curiosidad también se ha especulado, en particular sobre la manera en que ciertos asuntos de política financiera mundial y el contacto sostenido del autor con personajes de origen hispanoamericano, tuvieron un impacto nada soslayable en su existencia y, de modo tangencial, en su obra.
A partir de una revisión exhaustiva de la vasta correspondencia epistolar que Proust sostuvo con amigos, colegas literarios y amantes, y que se encuentra reunida en varios volúmenes, el ensayista cultural Rubén Gallo, catedrático de la Universidad de Princeton, ha podido revelar aspectos interesantes cómo la forma en que después de recibir el escritor una herencia cuantiosa, calculada en el equivalente de diez millones de dólares actuales, tuvo la desgracia de ver desaparecer gran parte de ella en inversiones temerarias y dudosas como participar en calidad de accionista en la construcción de una extensa red de tranvías en la ciudad de México, especulación que tuvo un triste desenlace de quiebra bursátil provocado por el estallido y prolongación de la Revolución mexicana de 1910.
Otra inversión fallida fue apostar ingenuamente por la compra de acciones relacionadas con la creación del Canal de Panamá, un magno proyecto francés que tuvo que ser interrumpido por fraudes escandalosos, dejando en la ruina a numerosas familias francesas seducidas por un negocio atractivo que sólo benefició a nuevos capitales estadounidenses. Una de esas víctimas inocentes fue la propia Francoise, empleada doméstica del narrador de En busca del tiempo perdido, quien vio esfumarse, en un instante, largos años de sus pacientes ahorros. Comenta Rubén Gallo a propósito de las aventuras especulativas de Proust: “Durante casi una década, su fortuna se vio enredada en la política mexicana. La ruina financiera en los últimos años de su vida fue uno de los daños colaterales menos conocidos de la Revolución”.
Al estudio minucioso y ameno que es Los latinoamericanos de Proust, el académico tapatío, radicado en Nueva York, Rubén Gallo, añade títulos tan sugerentes como Freud en México y Teoría y práctica de La Habana. Una gran revelación.
Reynaldo Hahn, dandy y amante exótico
A los 23 años, el joven Marcel Proust, quien apenas comienza a figurar en el mundo literario francés, conoce a Reynaldo Hahn, compositor venezolano de 20 años, radicado en Francia desde su infancia, quien goza ya de una celebridad como talento precoz en el mundo musical. Los dos personajes sucumben de inmediato a una fascinación mutua e inician una relación sentimental que habrá de prolongarse durante tres décadas, hasta el fallecimiento de Marcel a los 51 años. Al incipiente autor de una obra colosal, le seduce la sofisticación cosmopolita de su nuevo amigo, su roce con la aristocracia mundana en los salones elitistas, su manejo de varios idiomas, sus viajes al exterior, su sorprendente libertad y desenfado sexual, así como el cuidadoso estilo en el vestir y la desdeñosa desenvoltura con que Hahn combina el arte de vivir y una curiosidad intelectual insaciable. Los dos son mitad judíos y también homosexuales. Vive cada uno, a su manera, una experiencia de marginalidad en una sociedad encorsetada en sus tradiciones ancestrales y sus prejuicios.
Reynaldo debe abrirse paso en su calidad de extranjero exótico proveniente de un país apenas ubicable en la geografía conocida por los nobles, y a pesar de ello su talento le asegura una rápida aclimatación a un medio particularmente hostil. A lado suyo, el imberbe Proust, francés de clase acomodada, enfermizo y martirizado por el asma, encerrado siempre en su cuarto, sin viajar nunca, bien puede parecer un provinciano timorato y tieso, muy encandilado por el fasto de una aristocracia que apenas le concede el trato displicente que se reserva a un pequeño burgués acomodaticio e intruso, dueño de un solo idioma, y que sólo habrá de conocer un tardío reconocimiento social cuando obtiene en 1919, a los 48 años, el prestigioso premio literario Goncourt con la publicación de A la sombra de las muchachas en flor, segundo volumen de En busca del tiempo perdido. Hay otro personaje latinoamericano importante en la vida del escritor: el argentino Gabriel de Yturri, secretario y amante del conde Robert de Montesquiou (modelo del barón de Charlus, notable figura proustiana), quien pronto se volverá su confidente cómplice, y un conveniente medio de acceso a la intimidad del aristócrata.
Proust y Hahn, el conde y el apuesto de Yturri serán así dos parejas muy presentes en la mundanidad de los salones aristócratas. El argentino no brillaba sin embargo con otro talento mayor que el de saber ser compañía grata, muy complaciente con los caprichos de su amante, el conde altanero a quien suele imitar con cierta gracia en algunas fiestas. Concluye Rubén Gallo: “Como el narrador de Proust, Yturri perteneció sin realmente pertenecer a ninguna parte, excepto, quizás, al lado de Robert de Montesquiou”.
Dos presencias periféricas
A diferencia de Reynaldo Hahn y Gabriel de Yturri, dos extranjeros que supieron hacer de Francia su patria de adopción, sin jamás volver la mirada a sus países de origen, el poeta cubano José-Maria de Heredia, uno de los maestros literarios del joven Proust, nunca se apartó por completo de su tierra natal, ni en su creación poética ni en su frecuentación de los salones mundanos parisinos, los cuales lo respetaron por la calidad de su trabajo y por haber sido el primer escritor latinoamericano admitido en la rigurosa Academia Francesa. Heredia dejó también huella en Proust al revelarle la novedosa actitud de su anticolonialismo, una postura congruente, muy en las antípodas de la sostenida por el francés Ramon Fernandez, de padre mexicano y madre francesa, un novelista homosexual que abandonó sus posturas políticas progresistas para volverse un ferviente admirador del nacional-socialismo alemán. En Los latinoamericanos de Proust, Rubén Gallo consigue extraer del arcón de la correspondencia proustiana anécdotas y datos reales que enriquecen de modo sorprendente toda lectura de En busca del tiempo perdido.