Por Carlos Bonfil
A pesar de que el sueño representa un tercio del tiempo de nuestra vida, se trata de algo que la historia, la política y las ciencias médicas han ignorado casi por completo. No sucede así con otras actividades como la alimentación, el deporte o la sexualidad. Esto se debe a que el tiempo consagrado al sueño representa para la sociedad del entretenimiento y el consumo un tiempo perdido. Para Darian Leader, psicoanalista británico, autor de ¿Por qué no podemos dormir? Nuestra mente durante el sueño y el insomnio (Sexto piso, 2019), el asunto es más complejo. La era industrial cambió el paradigma de cómo había dormido la gente en Occidente hasta el siglo dieciocho (un sueño dividido en dos fases), e impuso la regla de un solo periodo ininterrumpido de sueño de ocho horas que en principio sería más rentable para una nueva organización capitalista del trabajo.
En opinión de Leader, esa imposición del sueño regulado explica la mayoría de los trastornos del sueño.
La referencia histórica
Refiere Darien Leader que la forma esencial del sueño humano en la era pre-industrial siempre fue bifásica. No existía un solo bloque de sueño, como ahora, sino una primera fase del mismo, muy corta (una o dos horas), seguida de un periodo de vigilia también de una o dos horas, y una segunda fase, más extensa (de cuatro a seis horas), que representaba el sueño más reparador. Las personas solían acostarse hacia las nueve de la noche para despertarse, luego de la interrupción de vigilia, hacia las seis de la mañana. Al despertar del “primer sueño”, podían permanecer tranquilas en la cama o realizar tareas domésticas pendientes, ocuparse del ganado en zonas rurales, practicar la plegaria, o tener relaciones sexuales. Aunque existen testimonios de la presencia histórica de estas dos fases del sueño, mismas que remontan hasta la Odisea, de Homero, siempre se interpretó el primer sueño como un simple adormecimiento que daba lugar a un sueño más profundo, todo dentro de un solo ciclo. No fue sino hasta el siglo diecinueve cuando el llamado sueño bifásico tuvo su transformación definitiva con la revolución industrial y el progreso económico que introdujo en la sociedad moderna.
Un cambio fundamental fue el descubrimiento de la electricidad y la introducción de una iluminación exterior que daba un nuevo rostro la vida nocturna en el campo y las ciudades. Se ampliaba el tiempo de ocio y también el abanico de distracciones, se retrasaba la hora de acostarse y se alargaba el tiempo del primer sueño. El reloj biológico de las personas sufría de ese modo una alteración significativa, pues se le concedía un valor mayor a la noción del tiempo y a una manera más eficaz de utilizarlo. Ese cambio de paradigmas no se dio de la noche a la mañana, sino que tomó largo tiempo, al punto de perderse casi la memoria histórica de un primer sueño bifásico. En la actualidad asistimos a un tiempo de sueño diseñado por el capitalismo avanzado y por una cultura consumista que procura disminuir su duración. Nicolas Goarant, activista del sueño, declara así en el sitio de France Culture: “Para la sociedad del consumo, el sueño no es importante, de hecho representa un obstáculo, pues se trata de un periodo en el que el individuo no hace nada, no manifiesta deseos o apetencias reales, no produce ni consume, y por supuesto tampoco ve publicidad”. Un funcionario de la plataforma Netflix admite así sin rodeos: “Nuestro principal competidor es el sueño”. Y según el escritor Darien Leader, a ese sueño lo alteran sin cesar interpelaciones psíquicas muy íntimas (inquietudes y culpas recientes o lejanas), pero también las solicitaciones externas en las redes sociales y las aplicaciones de información o juego que orillan a interactuar de modo continuo con otros agentes. A ese desaseo impuesto a nuestra disciplina del reposo, conviene oponer, según este autor, una higiene del sueño diseñada y controlada por el propio individuo que padece los trastornos.
Largas noches de insomnio
La dura experiencia de la pandemia por coronavirus ha suscitado, entre otros efectos colaterales, trastornos en la regularidad del sueño. Al mismo tiempo ha propiciado una nueva discusión acerca de los mitos sobre la calidad de un sueño reparador. El psicoanálisis, asevera Dariel Leader, coincide con el desarrollo mismo de la industrialización laboral. El proceso social modernizador ha incrementado los niveles de tensión en la población y reforzado la noción del sueño y el trabajo como bloques unificados de ocho horas reglamentarias que encuadran y sujetan al individuo en esquemas muy rígidos de productividad, mismos que al no cumplirse le provocan ansiedad y frustración. De ahí proviene la idea de no sentirse adecuado para un funcionamiento óptimo en la organización social. Muchas de las personas que padecen insomnio crónico o un sueño fragmentado se sienten culpables por pensar que su rendimiento es muy bajo en una sociedad que exige de sus miembros mayor productividad y eficiencia laboral. La persona insomne suele referir experiencias traumáticas que pueden remontarse a su infancia (rechazos afectivos, sentimiento de inferioridad afectiva) o complejas sensaciones de culpa por saberse vivo o sentirse sano cuando una persona muy cercana ha muerto o enfermado (síndrome del superviviente), pero su trastorno puede también deberse a situaciones muy concretas como el trabajo nocturno que altera los ciclos circadianos del sueño o a una exposición inmoderada a las pantallas digitales y la luz azul que persiste en la memoria luego de apagar la luz e intentar conciliar el sueño. Lo que para los hospitales representa un enorme problema de salud pública (complicaciones por estrés, desarreglos metabólicos, obesidad, hipertensión y diabetes), para la industria farmacéutica y su ramo de tranquilizantes y opiáceos representa una oportunidad de bonanza económica. El imperativo social de tener que dormir las ocho horas reglamentarias se ha vuelto para el individuo un elemento generador de ansiedad que le ocasiona el insomnio en un círculo vicioso que saben explotar los fabricantes de somníferos y colchones.
Una higiene personal del sueño
Más allá de la utilización de tranquilizantes, tisanas o pastillas para dormir, o del recurso a esa sustancia reguladora del sueño que es la melatonina y que el organismo humano produce de modo natural, lo que importa es diseñar una higiene personal preventiva, una cultura del sueño que permita enfrentar o remediar algunos de sus trastornos. Se trata de observar siempre horarios regulares, disminuir el consumo de alcohol y cafeína, realizar ejercicio físico moderado, no consumir alimentos tres horas antes de dormir y evitar sobre todo las pantallas digitales, prefiriendo la lectura en hoja impresa para conciliar el sueño. El gran especialista del sueño Roger Ekich, autor de Al caer el día: la noche en los tiempos pasados, resume el fenómeno de la ausencia de sueño de un modo tranquilizador: “Desde un punto de vista histórico, las personas con insomnio no padecen tal vez un trastorno del sueño sino el resurgimiento muy potente de aquella forma de sueño ancestral que durante tanto tiempo dominó en el mundo occidental”.